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Uno de los principios básicos de manejar una moto es que a donde se fija la mirada es hacia donde se dirige la moto. Es como una clase avanzada en filosofía de vida: el enfoque determina la dirección. La anticipación mental es clave para afrontar cualquier curva, ya sea en la carretera o en las decisiones personales.


Este principio también funciona al ver a donde no quiero ir. La moto se dirigirá precisamente hacia allá, sin importar si no quiero. Cuando veo una piedra en el camino, trato de no verla demasiado tiempo, solo el necesario para ubicarla, y me concentro en la linea que la evite. De igual manera, lo último que quiero es recordar esas imágenes impactantes de accidentes que alguna vez vi. Supuestamente deberían hacerme más cauteloso, pero en realidad me sacan de mi balance. Es como si esas imágenes me desviasen de mi camino, en lugar de mantenerme en él. Mirar a donde no quiero ir solo aumenta las probabilidades de terminar justo ahí.


La moto y la vida nos llevan en la dirección hacia donde vemos, no a donde queremos. Es solo cuestión de aprender a controlar la vista.




Mientras ruedo, siento la moto como una representación mecánica de mi mismo: cada componente, desde el motor hasta los frenos, representa diferentes aspectos de la vida, como el trabajo, la familia y las pasiones.

Imagino que el motor es el impulso y los objetivos, los frenos son los límites y el autocontrol, y el ECU y los sensores son la autoconciencia y la adaptabilidad.

El truco está en comprender cómo todo se conecta y trabaja en armonía. Cuando se logra, conducir por la carretera de la vida se siente como una experiencia liberadora. Se me ocurre que esto podría llamarse "Ingeniería Personal".






Uno de los mejores ejemplos de la influencia de la mente sobre nuestro cuerpo lo vivimos al montar una motocicleta. Para muchos, mantenerse en la línea pintada en la carretera durante varios metros es bastante sencillo. Sin embargo, algo interesante ocurre cuando alteramos nuestra percepción del riesgo.

Imaginemos que esa línea blanca es una barda de 15 centímetros de altura. De repente, mantener el equilibrio se vuelve una tarea más difícil. Ahora llevémoslo al extremo e imaginemos que la barda tiene una altura de un metro. En este escenario, es probable que nos salgamos de la línea en apenas unos cuantos centímetros.

Entonces, ¿qué ha cambiado? En términos físicos, absolutamente nada. La línea sigue siendo la misma, y nuestra motocicleta tampoco ha experimentado cambios. Lo que ha cambiado es nuestra percepción del riesgo, que a su vez influye en nuestro rendimiento.

Esta disminución en nuestra habilidad para mantener el equilibrio no es más que un efecto psicológico, pero su impacto es tangiblemente real. Cuando percibimos un aumento en el riesgo, nuestro cuerpo responde generando tensión. Esta tensión se traduce en una disminución de nuestras habilidades motrices, afectando directamente nuestro control sobre la moto.

Esta interacción entre mente y cuerpo pone en evidencia la importancia de tener una mentalidad adecuada al manejar la moto. Si creemos que algo es peligroso o difícil, nuestro rendimiento probablemente se vea afectado, incluso si el nivel real de dificultad o riesgo no ha cambiado.

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